Entre lunas, boletas y padrones

Llegar a casa, cansada. Encontrar en mi cuarto un sobre blanco, resplandeciente, pero solo porque contrastaba con la alfombra bordó, no por el contenido que guardaba. Telegrama con imperativos y leyes y formalidad. Telegrama con un instructivo abusado por una abrochadora. Telegrama que me obligaba a ser suplente de mesa en las elecciones presidenciales. “Qué paja”, pensé.

Varias preguntas nublaron mi cabeza; una peor que la otra: ¿tengo que ir sí o sí? ¿Puedo faltar al día siguiente a trabajar? ¿Me pagan? ¿Cuánto? Y eso que me había anotado para ser fiscal…

Hice la capacitación online porque apenas sabía qué era el padrón electoral y aún no terminaba de tener en claro qué había pasado en las PASO. El curso virtual por momentos se reía de mí y me tomaba especialmente de ignorante, pero me aguanté los seis capítulos y me desperté el domingo con una idea vaga, pero una idea al fin de qué tenía que hacer. Hasta que llegué y me di cuenta de que me había olvidado mi DNI. ¿Puedo ser más colgada/boluda? Volví a buscarlo y me encontré con la autoridad de la mesa y los fiscales, que por suerte me ayudaron a armar todo (si estaba sola me mataban los de la fila porque el troquelado del padrón me supera).

No quería ser suplente de mesa, lo confieso, y sabía que no tenía opción. Pero vi un hombre de casi 90 años que entre ficciones me contó que en un juicio le había ahorrado al gobierno muchos millones de pesos. Vi a muchas mamás levantando a sus hijos para que pudiesen votar por primera vez (¿quién dijo que tenemos que ser mayores?). Vi un sobre que contenía una carta de amor  y otro que reducía a todos los candidatos a lo mismo: pedazos de papel. Vi cómo él le pedía a ella que lo esperara; hoy ella era sus anteojos, o quizás lo era siempre. Vi un dolor de espalda que no había tenido antes y que no me dejó dormir después, porque a eso se sumó una ansiedad por saber cómo venían los resultados. Vi miles de documentos; algunos calientes, arrugados, otros relucientes, jóvenes. Vi cómo me inundaba una adrenalina única a la hora de contar los votos. Vi ganas cuando supe que tengo que volver en un mes. Vi una autoridad de mesa diciéndome que ella tenía que venir, porque sino, ¿qué ejemplo le estaba dando a sus hijos?
Vi muchas cosas.

Volvía caminando y veía una luna, que quería estar llena y que aparecía entre las nubes solo para volver a esconderse.

No sé si fue la luna, las elecciones, mi cansancio que ya me hacía alucinar o qué, pero fue una noche especial.

Foto de Reuters

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *