Salto la soga | París

Hola Sha, ¿cómo estás? No puedo creer que falte tan poco para que nos veamos.

¿Me odiás si te digo algo? ¿Que ya estoy de vacaciones- hasta agosto?

Ya sé, yo también te quiero.

***

Lunes que son iguales a martes, a viernes o a domingos con algo de resaca. Horas que se desdoblan y se fusionan.  Días  que comienzan tarde y que luego no tienen tantas horas; simplemente nunca alcanza el tiempo.  Cada día es una gran incógnita porque, literalmente, todo es posible.  Y por suerte, París nunca se queda corta.

Entonces sí, como avisé en el post anterior, terminé la etapa Sciences Po  (así se llama mi universidad).  Nosotros estábamos seguros que terminábamos a mediados de mayo, pero aparentemente, según las materias que elegimos, no.  Así que ya está.  Si voy a la facultad, es solo para imprimir algún pasaje (cuando lea esto en algunos meses, me voy a querer matar- si es que no lo hacés vos primero, Sha). Esto cambió los planes de todos: muchos dejan París antes por aviones, trenes y bondis que harán de otros países casas provisorias.  Por suerte yo no; París, lo nuestro sigue intacto.

¿Tan diferente es una universidad parisina?

La estructura, las tradiciones, el orden, pesan tanto más.  Una exposición no puede durar más de diez minutos y a cada ensayo hay que buscarle una problemática o una hipótesis porque es imperativo que uno se conforme a las leyes de la institución porque sino estaría violando las normas… bla bla bla. Sí, en pocas palabras, unos rompe ****s.

Cursé cinco materias, pero cada una de ellas, una vez por semana (menos francés, gran excepción).  Eran clases llenas de alumnos de intercambio, pero con algún que otro francés que tiene que cursar sí o sí algo en inglés.  Fue loco ver cómo es cada cultura: los asiáticos que no participan mucho y dan siempre esa sensación de que no están entendiendo del todo lo que dice el profesor. O los franceses, que tienen un inglés que pierde siempre contra su idioma local porque quedan destellos de esa erre arrastrada, que se fusiona con la “g”.  Y también los sudamericanos, que hablan, aunque no tengan nada concreto para decir.  En fin, un menjunje muy interesante, y a eso, hay que sumarle el ruido de los mil teclados que se mueven incesantemente.

Ay Sharuela, ¿viste que es loco estar del otro lado y ser la extranjera? Quizás tuve la sensación de que acá todo es más impersonal y que cada uno estaba en la suya, pero es verdad que cuando uno está en su país, no les presta tanta atención a los que están de intercambio.  Entonces, no los culpo.

Terminé la universidad acá pero nunca la apropié, no la sentí mía.  Siempre fue como un juego.  Ir a tomar un café de cincuenta centavos en el bar de abajo y mirar a mi alrededor, o quedarme en la biblioteca, aunque eso implicara subir los cinco pisos para encontrar alguna computadora que estuviese libre, que era casi imposible.  Siempre, siempre estaba todo colapsado- algo inaudito en Buenos Aires.

Y acá salto la soga.  Acá es cuando cambio inesperadamente de tema y se pierde un poco la magia de lo lúdico (o quizás justamente al contrario). Perdón, no puedo evitarlo, soy así.  Les advierto nomás. 

Más allá de todo lo cotidiano, hay algo que me llevo; algo que no me esperaba encontrar.  Creo que incluso fue haciéndose más único con el pasar de las semanas; comprobé que es verdad que las personas se cruzan en nuestro camino por algo…

Llegamos con Jo a la primera clase tarde, como siempre.  Todavía hacía frío, pero después de subir mil escaleras, ya nos sentíamos en un clima tropical (por no ser más directa).  Nos encontramos con una profesora de cuarenta y pico, petisa, menuda, de piel oliva.  Griega, y por ende, más cálida, ruidosa.  Arrancó la clase así: “Esta va a ser la mejor clase que van a tener”.  Lo dijo con tanta seguridad y contundencia que no, no me pareció soberbia.  Solo me causó intriga.

La clase era básicamente de psicología empresarial.  Habló de lo conocido, como el perro de Pavlov y Freud, y de lo no tanto, como el caso de Little Albert y el experimento de Standford.  Pero hablaba con tanta pasión, con tanta sed de enseñar que no se quedaba en lo superficial, sino que ahondaba en cada detalle.

Sha, en realidad, lo que más me impresionó fue que ella sacaba energía aún cuando su cuerpo no podía seguirle el ritmo.  En el primer instante nos contó que se había curado de un cáncer, pero las secuelas no se habían esfumado del todo.  Estaba presente, pero a la misma vez, encontraba la forma de esconderse, al menos de a ratos.  No quiero decir que dejaba de estar ahí, porque de alguna forma, eso era lo más impactante, porque nos recordaba la fuerza que ella emanaba a pesar de los obstáculos.  Jugaba con el humor, algo negro, algo sexual, pero humor al fin.  Y nos hacía reír, siempre.

Aprendí que, más allá de las cosas que pretenden robarnos la vida, hay algo que es aún más fuerte, que son las ganas y el espíritu.  

Si voy a jugar, lo voy a hacer entera. 

No voy a mirar atrás.  No tiene sentido. 

2014-04-18 14.25.55

 (La foto no tiene nada que ver pero me gusta; supongo que será porque no hay edad para empezar a jugar.)
 

Un comentario en “Salto la soga | París

  • Contestar Sharon Borgstrom 23/04/2014 at 9:53 pm

    No te ilusiones que mañana no despertás, Clo. Mis manos encontrarán su lugar en tu dulce cuello para estrujartelo. #Love

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