Expreso a Oriente o más lejos aún

Expreso a Oriente: Hipólito, Nacho, Gaston y Joaquin

Expreso a Oriente: Gastón, Joaquín, Nacho e Hipólito

Tenían cinco años más que nosotras, quizás exagero. O era la sensación de que ellos nos iban a dar una verdad, un ingrediente clave que estaba añorando porque habían atravesado países remotos, casi surreales. ¿Es ese el gran salto? Después de eso, ¿qué? Quizás en mis ojos, llenos de sed pero aún sin dirección, sí. Casi como un axioma: viajá, y que sea por mucho tiempo antes de asentarte. Porque viajar parece ser la ley primera, lo que evitaría que te conformes por el resto de la vida. Quizás sea ahí donde uno encuentre la revelación divina que le señale la vocación o donde se inunde en una luz idealista. Entonces sí: eran cinco años pero parecían más, porque tenía esa creencia, quizás algo ilusoria, de que una vez que esté lista, viajaría y después iba a estar tocada por siempre con ese espíritu aventurero que me guiaría hacia todas las respuestas.

¿Equivocada? No lo sé, pero inocente seguro, o quizás demasiado soñadora. 

Hipólito Giménez Blanco, Joaquín Sánchez Mariño, Ignacio Antelo y Gastón Bourdieu son cuatro argentinos que recorrieron más de cuarenta ciudades durante ocho meses en el 2012. Abrieron las ventanas de su travesía para que miles de ojos viajen con ellos a través de su proyecto Expreso a Oriente, una página en la que cuentan, en dieciséis capítulos, fragmentos de sus recorridos en textos impecables y vídeos en HD que provocan envidia. Gracias a Expreso a Oriente, descubrimos a Mongolia, un país donde casi el 40% de su población es nómada y que es posible – incluso ideal – viajar sin rutas ni agendas que nos aten como correas. Gracias a Expreso nos acercamos a personas que nunca creímos palpables, como una familia que recorre el mundo en bicicleta, y nos enteramos de anécdotas de quienes viajan en el Transiberiano – el tren que atraviesa más de nueve mil kilómetros para unir Rusia de este a oeste.  Pero más impresionante aún fue viajar a través de lo que los cuatro eligieron retratar; qué los marcó y cómo, aunque gran parte de eso permanece en ellos.

Nos dieron, como provocan todas las buenas creaciones, sed de más. Y así fue como dos años después de haber publicado su último capítulo, decidimos juntarnos.

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Esperamos sentadas, hablando de banalidades para tapar la ansiedad e inquietud del encuentro. Inverecundas, no tenemos drama en contactar a alguien por Internet y hacerle saber que somos fanáticas. Jugo de naranja, café en la forma que quieras y su duda inicial sobre qué les preguntaríamos, porque el viaje ya era un recuerdo -espectacular- pero recuerdo al fin.

Todas las imágenes del post pertenecen al Facebook de Expreso a Oriente.

Todas las imágenes del post pertenecen a Expreso a Oriente.

Hablamos de viajes y hablamos de trabajos. Fuimos con una entrevista pensada pero la reunión no quiso dejarse encerrar y se convirtió en una conversación, en un ida y vuelta de ideas que rebotaban y peleaban por sumergir.

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Volví a mi casa y las preguntas se habían multiplicado; permanecía, sin embargo, la certeza de que cada uno transita su propio camino.

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Vi en nuestras voces esa tierna pero desesperada confusión que no lograba comprender cómo se vuelve a una cotidianeidad que por momentos apabulla después de haber deambulado durante meses en países con culturas tan abismalmente diferentes.  ¿Cómo se vuelve de ese anonimato que tanto libera? ¿Alguien sabe quién soy en el Varanasi?

Queríamos entender cómo se apoyan los pies en la tierra sin que se entierren.

Expreso a Oriente

exxxx expresoa Expreso a Oriente

Joaquín, quien plantó la semilla original del viaje que se convirtió en Expreso a Oriente, es escritor: trabaja desde hace años como periodista para publicaciones como Gente y La Nación y es novelista, con dos títulos bajo su manga. “Yo lo tenía claro antes del viaje: quiero dedicarme a la literatura y todo lo que voy haciendo son pasos que me van llevando ahí” y continuó: “Y sigo por ese camino. Con altibajos en el éxito pero la ambición es la misma”. El proyecto significó subir la apuesta: “Me sirvió porque por primera vez alguien leyó lo que me interesaba escribir a mí y no lo que me mandaban los editores”.

Sabe que los viajes pendientes encontrarán su hora para concretarse. De a poco se llenará ese rompecabezas, con viajes, estrofas y esa pizca azarosa que siempre nos descoloca. “No me desespera porque sé que va a suceder”, cerró, y aunque se define ansioso, cuando habla, esa certeza lo delata con destellos de tranquilidad.

Hipólito, antes de viajar, dio un volantazo: renunció a su trabajo dispuesto a la aventura solo si era lo suficientemente larga y ambiciosa como para compensar los sacrificios. Más allá de la adrenalina del viaje – ese asombro de que cada día amanece diferente -, volver no tiene por qué ser malo: “Cuando volvés sabiendo qué querés hacer, venís con mucha energía y por eso hay que aprovechar ese momento”. Él, emprendedor, hoy es director de su propia agencia digital. Las ganas de viajar no se fagocitaron, pero todo a su debido tiempo. Casi para sí mismo, murmura: “Más allá del tecnicismo, a mí me emociona. Qué lindo esto que hice. Qué bueno haber registrado eso para la memoria”.

“Yo pensé que eran amigas de nosotros”, largó Nacho después de escuchar la conversación unos minutos en silencio, ajeno al grabador sobre la mesa y el hecho de que no nos conociéramos, como si juntarse con extrañas en un café fuera habitual. De título es abogado pero en el viaje, con un final pendiente para recibirse, se “planteó la vida”. Desde hace cuatro años que lidia con las mismas preguntas que nos acosan a nosotras, esperando arribar a alguna respuesta certera. Volvió desvelado con el tema de la vocación; ¿qué sentido tiene ser parte de un engranaje que nos es totalmente ajeno? “Uno se proyecta dentro de ese paradigma que nos inculcaron, pero nunca lo cuestionamos”, afirmó. Pero cuando las dudas aparecen, no hay vuelta atrás: “Viviría bajoneado o ciego si nunca hubiese frenado y pensado en qué quiero hacer”.

(A Gastón, el último componente de este cuarteto, no llegamos a entrevistarlo. Quedará para la próxima.)

¿Y él? ¿Se hará las mismas preguntas que nos hacemos nosotros?

¿Y ellas? ¿Se preguntarán qué quieren ser de grandes, de qué quieren trabajar? ¿Querrán conocer nuestra parte del mundo?

¿Y ellas? ¿Se harán las mismas preguntas que nos hacemos nosotros?

¿Qué me dicen de ellos?

Las posibilidades son infinitas.

¿Entonces? Cada uno habló desde su propia perspectiva sobre lo que son el trabajo y los viajes. No todos seguimos un mismo camino y tampoco estamos siempre volando arriba de un globo aerostático (ni siquiera cuando se elige vivir viajando). Las prioridades cambian y las experiencias nos llevan a bases diferentes: es necesario que recordemos una y otra vez que cada uno emprende un recorrido diferente. Algunos creen en la “vocación” mientras que a otros les parece un mito católico que solo nos vuelve paranoicos. Otros eligen vivir arriba de un avión, llevando el mensaje del libro – o del film – Into the Wild como bandera. No importa qué camino tome cada uno, la cuestión es elegirlo con plena consciencia.

Quizás viajar nos enseña que no queremos trabajar de ingenieros, abogados o tal vez es una experiencia que nos sacude de una forma más emocional. Volvemos y seguimos con la duda sobre qué queremos hacer, porque – para bien y para mal – es una de esas inquietudes que nos van a perseguir siempre… y nunca vamos a aterrizar en el mismo lugar.

No volvimos con la llave, pero… ¿existe? Nos contentamos con saber que cuestionamos, que somos conscientes de que queremos hacer algo que nos guste y que lo automático no va con nosotras. Elegimos elegir. A diferencia de las generaciones que nos antecedieron, hoy tenemos más presente la duda de qué es lo que queremos hacer de nuestro tiempo.

*

Lo dijo Nacho: “Hay mil caminos. Ni uno ni dos ni trece: hay mil caminos para todo”.  La cuestión no es elegir bien o mal, ganar o frustrarse: lo fundamental es elegir uno mismo. En definitiva, “el corazón no se equivoca”. 

myanmar

 

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