Escribí este texto a principios de noviembre del 2021, con la pandemia ahí, amenazando aún pero ya dejaba de ser un grito para convertirse en una voz que habla bajito. Yo hoy sé que, un mes más tarde, mi vida cambiaría por completo. Pero no voy a hablar de eso acá.
Me permití cambiarlo un poquito. Va:
Todo lo que pasa desde mi cama que mira a una esquina casi infinita, entre edificios citadinos que se multiplican y se multiplican hasta que ah, me olvido de todo lo que me hacía girar como un zamba insoportable.
Hay algo de esa esquina, de la luz que se filtra, de despertarme y de que ahí esté mi horizonte. Hay algo salvador. Es un bálsamo y está ahí, cerca, y no lo busqué; es el regalo más profundo y acogedor que me dio este departamento heredado y hermoso. Porque es realmente hermoso. Yo lo hice hermoso porque lo hice mío.
A veces me preguntó por esa ruleta rara que hace que un día nos despertemos invadidos por pensamientos demoledores y esas otras mañanas en las que medito, en las que bailo, en las sonrío, en las que todo lo lindo del sol.
Justo hoy me arroparon todas esas balas que me llenan de culpa y de escasez; por el sueldo, los pasajes en dólares, las ganas de unas vacaciones en el primer mundo pero la duda gigante de cómo si apenas llego a fin de mes.
A veces ni meditar ayuda y en esos días lloro o me pego una ducha caliente para que el chorro de agua caiga tan fuerte sobre mí y entre la bruma pueda abrazarme.
Hay días así y otros en los que me despierto con Carnaval toda la vida o Pasos al costado y bailo. Es temprano y bailo y me río de canciones ridículas, canciones que son locas y lindas. Me río de escuchar a Manuel Writz, Alejandro Lerner o al Chily Fernández. Está esa capacidad de reírse uno mismo con lo que está cerca. Con lo tangible y con todo eso que es tan mundano y asombroso a la vez. Ayer me alegré porque vi cómo nacía una nueva hoja de mi ficus pandurata cuando dicen (o más bien dice, porque fue mi jefa, conocedora del tema) que son difíciles de cuidar.
Y hoy pensaba en la magia de algunas canciones de Drexler que tienen frases que permanecen, como:
‘quisiera verte
girando girando
y mirándome mirar’,
o
‘el velo semi transparente
del desasosiego.
Un día se vino a instalar
entre el mundo y mis ojos’
Esos son los susurros cotidianos que me hacen creer que sí, que la magia existe pero que hay que saber encontrarla y saborearla. Releo esas líneas de Jorge y me dan ganas de mar y de tener la capacidad de transmitir los sentimientos así, de una forma simple, pura y honesta como el pan. Escribir bien, escribir lindo, escribir fuerte es eso: tener algo para decir. Sin vueltas. Y me gusta cuando eso brota; a veces se cocina, lento, y otras sale de nosotros como un impulso incontrolable y lo que queda en el papel es espontáneo y transparente. Es verdadero.
Me pasa todo eso y a todos nos pasa algo parecido, creo yo. Justo hoy una historia en Instagram me recordó lo colectivo de todo lo que sentimos porque no somos ni tan únicos o especiales como pensamos. Y está bien, me deja respirar.
Pasa todo eso cuando me despierto y veo esa esquina infinita de edificios citadinos como cajas apiladas. Mi cama es el punto de partida y a partir de ahí, lo que sea.