Despedida

Intercambio Erasmus Sharon Borgstrom Cloé Karagozlu

Cloé:

No es fácil escribir esto. Y no, no quería empezar así, porque me parece algo mediocre. Pero tampoco le di lugar a este momento en mi cabeza y antes de que me quisiera dar cuenta, llegó.

***

Siete meses que dieron vuelta mis veinte años de vida.  Siete meses que me descolocaron.  Siete meses que me dieron dos compañeras de ruta e innumerables anécdotas.  Por momentos trato de frenar e intento pensar en todo lo que acabo de vivir y me abruma; se me va de las manos, no lo puedo agarrar.  Y ahí está su magia.

Es loco como incluso cuando uno tiene tanto para decir, las palabras deciden quedarse estancadas en la punta de mis dedos. Pero hay una canción que me está ayudando.  Es la misma que no pudimos escuchar el día que dejamos nuestra casa parisina.  O la que sonaba de fondo mientras hacía mi valija, a tan solo unas horas de subirme al avión que me traería de vuelta.

Paradójicamente, lo más grande está en lo más chico y es una realidad que los detalles guardan en sus pliegues cosas inmensas.  Me acuerdo de cosas que viví y es loco cómo se me vienen a la cabeza cosas insólitas, como la primera vez que me perdí caminando, y aún hacía un frío inimaginable.  Me veo sentada en la lavandería, un domingo a la noche. O quizás bailando en Sarajevo.  Nos veo a nosotras tres caminando en Rue Christine, y es ahí donde una cámara lenta conquista al momento. Nos veo ahí, caminando, como si fuese lo más normal del mundo.  Porque por un tiempo lo fue: mi vida estaba ahí y Buenos Aires era un destino al que volvería eventualmente, pero todavía no– y en esa sensación se protegía el alivio.  Estoy convencida de que cada uno transita la experiencia que le toca vivir, y por eso aprende las lecciones que necesitaba para empujarlo un poco más.

Volví con la sensación de que estoy viviendo mis veinte años. Porque no me quiero quedar dormida. No quiero dejar de reír o de desafiarme.  No quiero quedarme en el fondo del estadio, donde incluso haciendo puntas de pie no pueda mirar al escenario. No quiero caminar observando al piso. No quiero que mi cabeza esté tan llena de pensamientos sin sentido que me inhiban de vivir el momento.  No quiero que el silencio ahogue las palabras que quería decir. No quiero que me sofoque el arrepentimiento de no haber hecho lo que quería. No quiero quedarme “al borde del camino”, mirando como todo lo mágico, lo gigante, se desenvuelve a mi lado.  Yo quiero más.

Por eso entendí que el intercambio no terminó. No termino cuando volví, cuando pisé Ezeiza y frené antes de cruzar esas puertas, disfrutando de mis últimos minutos de dulce anonimato. La aventura más grande comienza ahora, acá.  Porque yo sé que este es mi lugar. Y que acá me toca enfrentarme con los miedos o las inseguridades que alguna vez sentí.  Acá decido no quedarme quieta.

***

No, no es fácil escribir esto. Cada tanto mi rutina se corta y una parte de mi vuelve a irse.  A veces estoy encandilada por las luces que miro desde Pont Neuf, cuando todavía es de noche.  Otras, estoy tirada en una plaza, mirando al cielo, en Munich. O bailando, sintiendo una alegría inmensa en Ios.  Volver es más difícil de lo que pensaba. Hasta que recuerdo que aún tengo al resto del mundo por ver.


Sharon:

¿Qué quiero decir?

Quiero decir que a veces pasan cosas en la vida que nos toman desprevenidos.

Que no tengo todo planeado.

Que la vida es lindísima. Que hay que confiar todo el tiempo en que la vida es lindísima.

Que tengo una suerte inmensa, un privilegio enorme y que lo agradezco todas las veces que puedo. Que a veces me olvido pero que intento ser – y estar – agradecida siempre por haber tenido la fortuna de vivir lo que viví.

Que me acuerdo del guitarrista del que me enamoré en el subte, de la risa estruendosa de Caro, de la lluvia en Dublín en busca de una billetera, de algunas lágrimas y muchos abrazos en el 1ºA de Torneo 80, de un viejo disfrazado de Elvis en un karaoke en Londres, del cumpleaños de Moira a las siete de la tarde con sus amigos del cole en la pileta y de los pronósticos de Harry sobre el mundial.

Me acuerdo de cada una de las canciones en el celular de Mecho por haberlas escuchado una y otra vez todos los días. Me acuerdo de la linda sorpresa que fue cuando las mexicanas cayeron a casa y nos demostraron lo que era la verdadera gastronomía. Me acuerdo del jingle del supermercado Mercadona, del vecino cantando ópera a las nueve de la mañana, del neoyorquino del hostel de Berlín y su juego de palabras, de Francesca volviéndose del boliche con una silla al hombro, de la biblioteca impresionante de la facultad.

Cómo olvidarse de Sasha, cubierto por un casco que le quedaba gigante, cobrándome besos como peajes antes de irnos a jugar a la playa, o de la vista de la casa de Tobi, o del recorrido por Cervià con Picu. De la primera noche en Budapest, o las charlas en el despacho de Ana, o la emoción palpable de mamá cuando estuvimos en París (y verla también corriendo al cruzar todas las calles, incluso las que tenían semáforo verde para cruzar. ¡Loreta!). Cómo olvidarse de la dulce casualidad que me encontró con Gill o esa conversación en portugués a bordo de un ferry o la noche contemplativa en la Piazza San Marco. Cómo olvidarse de un no fighetto probando un vino en el restorán más fighetto, un helado caído casi sin probar, una canción de Drexler. 

Pero también quiero decir que muchísimas cosas no las voy a recordar. Mi memoria no es tan buena y además, de estos meses, no quise anotar nada. Abandoné mi necesidad de inmortalizarlo todo en papel con la intención de dejar que lo ocurrido sea lo que haya sido en ese momento. Siempre escribí por miedo a olvidar y para controlar lo que me ocurría alrededor, entonces dejar de hacerlo fue permitir que las cosas sean por sí mismas, sin entrometerme, sin querer manejar las cuerdas de las marionetas. Y aunque me dé un poco de miedo saber que no voy a poder ir a buscar todas estas vivencias a mis cuadernos (a menos que quiera encontrarme con renglones vacíos) me gusta saber que el tiempo que no me lo pasé escribiendo, me lo pasé viviendo y que ya estoy rendida a lo que la vida quiera hacer conmigo.

Muchos me preguntaron si me quería morir por estar de vuelta y la verdad es que no. Pasó lo que tenía que pasar, viví todo lo que pude, lo aproveché de la mejor forma que supe y así como tuvo un comienzo también tuvo un fin. Eso se sabía desde el principio. Sabía que un avión de ida significaba que en algún momento habría uno de vuelta. Y las cosas de la vida son así, lo que se disfruta se pasa rápido… 

No sé si crecí. No sé si volví cambiada. No sé si descubrí la misión de mi vida, pero no importa porque lo que aprendí es que hay que dejar de pensar tanto las cosas y despegarse de la silla y salir a hacerlas. Basta de perder el tiempo, yo me quiero animar a más.

 

5 comentarios en “Despedida

  • Contestar michi 14/08/2014 at 11:47 pm

    Ayy!!! Shoré!

    (y me rei en voz alta cuando la imagine a Loreta corriendo jiji)

  • Contestar mich 14/08/2014 at 11:56 pm

    Me emocioné que apareciera tanto la flia en tus posts Shapita!! 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂 🙂
    Posta! Que lindo leerte feliz y satisfecha!! Gracias a las 2 por hacernos viajar un poquito con cada uno de sus relatos y hacernos reflexionar sobre todas las cosas que nosotros (los del otro lado de la pantalla) queremos hacer tmb! A mover los traseros se ha dichooooooo

    te extraño sharpic 🙂

  • Contestar rocio 15/08/2014 at 12:07 am

    gracias por intentar poner en palabras algo inexplicable

  • Contestar fanfanfandewanda 15/08/2014 at 12:42 am

    tkmmmmmmshari

  • Contestar Nombre loreta 15/08/2014 at 7:20 pm

    Comentario para PAC: GRACIAS!!!!! – las felicito : viajeras de aventuras y del alma…abrieron una pagina en nuestra imaginacion y fuimos muchos los lectores que disfrutamos cada rincon y cada renglon….cúal es la próxima??? me prendo.

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